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(Alagón , Z., 1885 - Madrid, 1954). Pintor. El 28-IX-1954 se publicaba en La Codorniz una necrológica dedicada a Pelegrín, incluyendo una sucinta reseña autobiográfica redactada por el artista.
Una vez instalado en Madrid, en 1910, e influido por los maestros del momento —López Mezquita, Álvarez de Sotomayor o Laszlo— continuó por el sendero del academicismo y del naturalismo como lo demuestran sus obras de esta época. Pero a comienzos de los veinte inició un tímido intento de modernización: había entablado nuevas amistades, y comenzó a aficionarse a las publicaciones artísticas. En Desnudo de 1923 y María de 1924 se atisba un claro avance, que culminará hacia 1925 coincidiendo con su participación en la Sociedad de Artistas Ibéricos. Sus asuntos preferidos serán los bodegones, los paisajes y los desnudos, plenos todavía de evocaciones sunyerianas y reinterpretaciones cezannianas.
A partir de entonces Pelegrín avanza sin miedo, y sus investigaciones pictóricas lo acercan a las nuevas tendencias: a los realismos de nuevo cuño (La mujer con huevos), al «retorno al orden» (Mujer en el tocador), y a los «Valori plastici». En este contexto surgen sus obras más difundidas: «Atocha-Cuatro Caminos», «Aguaducho», «El profesor inútil», «Jazzband», «La Gaceta», «Verbena», «Cabeza» y «Bodegón», de 1928. Con ellas se sumó al grupo de artistas que practicaban el llamado «arte nuevo», y desde la influyente Gaceta Literaria, Antonio Espina le otorgó su reconocimiento.
Al proclamarse la República su compromiso político le aproximó más a algunos grupos de vanguardia, y firmó el manifiesto publicado el 29-IV-1931 en La Tierra
en pro de la renovación cultural, y una vez iniciada la guerra civil trabajó como Auxiliar Técnico para los Servicios de Incautación, Protección y Conservación del Tesoro Artístico. En 1938 se trasladó con su familia a Valencia, acompañando al Gobierno español.
Durante el período bélico su lenguaje cambió ostensiblemente y practicó el realismo social. Los carteles para el taller de Propaganda del Socorro Rojo (retratos de Azaña, Durruti
, etc.), y la «pintura de guerra» («Bomba de Tetuán» y «Evacuación y defensa del Norte» enviados al Pabellón español de París de 1937) son el mejor exponente.
Las posiciones defendidas por Pelegrín fueron derrotadas, y la renovación artística fue cercenada. El pintor, sin embargo, permaneció en Madrid y prosiguió con su trabajo. La producción de esta nueva etapa como ocurrió con tantos otros artistas, perdió parte del interés que antaño tuvo. Volvió a reconcentrarse en su técnica, trabajando en asuntos familiares: los paisajes, los bodegones y los retratos; y jamás regresó a su tierra.
• Bibliog.:
Diccionario antológico de artistas aragoneses; Institución «Fernando el Católico», Zaragoza, voz de Manuel García Guatas.
Santiago Pelegrín, 1925-1939: Los límites de una utopía; Ayuntamiento de Zaragoza y Gobierno de Aragón, Museo Pablo Gargallo, Zaragoza, 24 marzo-7 mayo, 1995, textos de Juan Manuel Bonet, Eugenio Carmona, Manuel García Guatas, José-Carlos Mainer y Chus Tudelilla.
Una década traumática que iba a marcar una profunda fractura en la sociedad aragonesa del siglo XX.
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