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Entendido en su correcta acepción («práctica del excursionismo y deportes de alta montaña»), el montañismo es un fenómeno relativamente reciente en Aragón pese a ser una región jalonada en su norte por más de 200 km. de cordillera pirenaica , entre los que se encuentran los picos culminantes de todo el Pirineo (Aneto
, 3.404 m.). La razón esencial de ello debe buscarse, sin duda, en condicionamientos de tipo económico y cultural, ya que tanto la carencia de unas comunicaciones, y una infraestructura hostelera adecuadas como el notable desfase respecto a las corrientes culturales europeas propiciaron que la práctica del montañismo en Aragón no se remonte más allá de la segunda década del siglo actual.
Y al hablar del montañismo en Aragón debe interpretarse que nos referimos a su práctica por parte de los aragoneses toda vez que, con muchísima antelación, numerosos viajeros (fundamentalmente, científicos y humanistas franceses) visitaron y exploraron nuestra alta montaña. En efecto, el fervor enciclopedista surgido a lo largo del s. XVIII atrajo hacia nuestro Pirineo a un nutrido grupo de geólogos, geógrafos, botánicos, zoólogos, naturalistas, protagonistas todos de un primer movimiento pirineísta que enlazaría, poco después, con una segunda oleada propiciada por la corriente viajera y aventurera alentada por el Romanticismo. Son los primeros, los científicos, a los que cabe atribuir, con toda justicia, el pionerismo de la empresa.
Efectivamente, salvo hitos históricos de dudosa comprobación documental —como el marcado, supuestamente, por el obispo francés de Aire quien, según algunos testimonios, habría escalado algunas crestas pirenaicas, entre ellas el Midi d’Ossau, en el año 1552—, son científicos franceses los que sientan las bases para un progresivo conocimiento de nuestra alta montaña. Una primera y decisiva aportación a ellos la constituye el levantamiento de la primera Carte Générale des Monts Pyrénées et Partie des Royaumes de France et Espagne, obra del ingeniero real francés Roussell y fechada en 1730. Francés era, asimismo, el primer explorador y conquistador del Monte Perdido, Ramond de Carboniers, a quien diversos autores conceden el título de «padre del pirineísmo». Tras quince años de tentativas y prospecciones, Carboniers, en compañía de dos guías franceses y de un vecino de Pineta (H.), conseguiría coronar el Perdido (3.352 m.) en agosto de 1802. No tardaron sus paisanos en intentar imitar su gesta y vemos cómo, entre 1825 y 1827, otros científicos franceses —Coraboeuf, Testu, Peytier y Hossard entre ellos— consiguieron coronar las cimas punteras de la Maladeta
y el Balaitús
. Once años después, los también franceses Cazaux
y Charles asaltarían por primera vez, con éxito, el Vignemale
(Viñamala, 3.298 m.), precedente inmediato de la dominación del Aneto, protagonizada por el botánico galo Albert de Franqueville y el oficial ruso Platón de Tshiatchieff
en el año 1842.
Esta corriente no sólo no se interrumpe sino que se incrementa en la primera mitad del s. XX, tiempo en el que realizan sus viajes y estudios visitantes tan ilustres como Norbert Casteret , Lucien Briet
, Pierre Minvielle, etc., a la par que los españoles (fundamentalmente los catalanes agrupados en torno al Centro Excursionista de Cataluña) y algunos aragoneses comienzan a incorporarse al montañismo de envergadura. (Hay que hacer constar sin embargo, que dos españoles, Juan Manuel y Francisco de Herreta, habían coronado ya el Aneto en 1855, siendo los primeros hispanos que realizaban tamaña proeza.)
Las posibilidades económicas y culturales antes aludidas explican por sí solas el hecho de que fuesen los zaragozanos y no los nativos de los altos valles los pioneros del montañismo en Aragón. La necesidad de material adecuado, de tiempo libre y de un relativo poder adquisitivo —el viaje de ida y vuelta de Zaragoza a Canfranc valía, en los años veinte, 13 pesetas— determinó que la inquietud montañera naciera en pequeños sectores de la burguesía zaragozana y muy especialmente entre la aglutinada en torno al Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón (SIPA), entidad de la que surgiría, en 1929, la sección de montaña Montañeros de Aragón
. De allí surgen los pioneros del montañismo aragonés: Lorenzo Almarza, Miguel Rábanos, Gómez Laguna
, Armisén, Serrano Vicéns, Manuel Valenzuela, Paúl, Fernando Almarza y un breve etcétera que inician sus actividades tomando como base las casillas del Ruso (Candanchú) y del Portalet (Sallent) y, con posterioridad, el refugio de Santa Cristina, construido por Montañeros de Aragón.
Tras un breve paréntesis de cierto esplendor («Copa de los 3.000», campeonatos de esquí, travesías, primeras escaladas), la guerra civil supuso un serio frenazo a la expansión del montañismo en Aragón. Sin unidades suficientemente preparadas y pertrechadas para moverse en la montaña, el ejército nacional necesitó de la ayuda de alguno de los ya mencionados pioneros, quienes se enrolaron en una compañía —luego batallón— que operó en el Pirineo en colaboración con el cuerpo de Voluntarios del Valle de Tena. La inmediata postguerra —la Escuela Militar de Montaña
de Jaca se construye en 1945— supuso un nuevo período de práctica inactividad para el montañismo aragonés, toda vez que la existencia del maquis
impuso serias restricciones a la libre circulación de los montañeros por la cordillera pirenaica.
Sólo a partir de 1950 de nuevo se asiste a una reactivación del montañismo aragonés, fundamentalmente por la puesta de nuevo en funcionamiento de albergues y refugios como La Renclusa (acceso al Aneto), el «Alfonso XIII» (Circo de Piedrafita), el de Góriz (luego ampliado), el «Delegado Úbeda», el de Estós (recientemente destruido por el fuego) y otros —como el nuevo de Piedrafita, el de Armeña, etc.—. Por otro lado, a los montañeros que van surgiendo de los clubs más veteranos, se unen los aglutinados en torno a otros de nueva creación y, esencialmente, los salidos de las secciones de montaña del Frente de Juventudes
. De unos y otros surgen los hombres que conseguirán para Aragón importantes hazañas: Cored, Víctor Carilla (muertos ambos en los Mallos de Riglos entre 1947 y 1950), Francisco A. Peiré, Ángel Serón, Fernando Millán, Manuel Bescós, Rafael Montaner, Juan José Díaz, Julián Vicente, Antonio López, Ángel López Cintero, Francisco Molina, Alberto Rabadá y Ernesto Navarro (muertos en el Eigger en 1963), Fernando Orús (muerto en el Montblanc en 1981) y una ya considerable lista a la que habría que añadir los hombres que han participado en las sucesivas expediciones de Montañeros de Aragón
al Himalaya, Atlas, Kilimanjaro, etc.
La entrada en funcionamiento de la Federación Aragonesa de Montañismo en torno a 1965 propició la creación de la Escuela Aragonesa de Montañismo, vital instrumento de especialización para iniciados en escalada en roca, técnica invernal, esquí de montaña y salvamento y socorrismo a través de los cursos anuales y de las becas concedidas para asistir a los cursos que se imparten en la Escuela Suiza de Alpinismo (Ensa). De otra parte, la Federación permitió una mayor y mejor comunicación entre los distintos clubs, agrupaciones y secciones de montaña existentes en Aragón. De ellos, además del ya mencionado Montañeros de Aragón, merecen especial mención la veteranísima Peña Guara (Huesca), las delegaciones de Montañeros de Aragón en Barcelona y Barbastro (esta última con entidad propia desde finales de la década de los 70), los Grupos de Montaña y Peña Edelweiss (Sabiñánigo), Mayencos (Jaca), Jesús Obrero (Zaragoza) y las secciones de montaña de sociedades deportivas como Helios
y Casablanca
, a las que habría que añadir, en última instancia, más de 40 secciones de montaña de asociaciones culturales, de barrio, parroquiales, scouts, etc., repartidas por todo el territorio regional.
El auge que el montañismo ha experimentado en Aragón en los últimos lustros y las ventajas que supone para el montañero el estar federado, han posibilitado un rápido crecimiento de la Federación Aragonesa de Montañismo, entidad que a comienzos de la década de los 80 presentaba un número de federados en torno a los 3.000 y que en 2000 roza los 6.500
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