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No ha sido muy abundante -salvo en el aspecto pedagógico- la dedicación de los escritores aragoneses a esta literatura, pese al singularísimo precedente de Pedro Alfonso , judío oscense bautizado por Alfonso I
en 1106, quien con su Disciplina clericalis, una suerte de «cuento de cuentos» de fuentes orientales, introdujo el género en Europa, siendo recurso común de innumerables colecciones de exempla que, sin un carácter originariamente infantil, han sido, sin embargo, fuente inagotable para la literatura dirigida a los jóvenes. Entre estas colecciones es de señalar la del Isopete historiado, versión castellana de las fábulas de Esopo, cuya edición príncipe salió a la luz en Zaragoza, en 1489, en la imprenta de Juan Hurus.
La figura de Juan Lorenzo Palmireno merece un puesto especial en relación con la literatura pedagógica. Pionero en los tratados educativos para la infancia y la juventud, escribió El estudioso del aldea (1568), El estudioso cortesano (1573) y El latino de repente (1573). El recio carácter pedagógico aragonés ha dado como fruto una numerosa contribución a la literatura escolar. Entre otros autores habría que citar a Tiburcio Clemente, Leandro Bescós, José Campos Miravete, Cándido Domingo y Ginés, Melchor Ollé, Julio Bernal y Soriano, Rafael Fuster, José Juan Azlor, Román Torres y García, Pablo Claramunt, P. Martínez Baselga
, Ezequiel Solana, Gabino Enciso Villanueva, o, desde una vertiente más literaria, los libros de Cosme Blasco y Val
, Las tardes de abril, María y Julián el bueno. La Floresta Infantil (1855-56) y La Alborada (1861-65), ambos editados en Zaragoza, fueron periódicos dedicados a los niños.
Las colecciones de fábulas han sido, gracias al aspecto moralizador de las mismas, el cauce por donde predominantemente padres y pedagogos han orientado la lectura infantil. El género -cultivado por B. L. Argensola (Sátiras y Epístolas) y Gracián
(El discreto)- tiene como máximo representante entre los autores aragoneses a Miguel Agustín Príncipe
, que en sus Fábulas en verso castellano y variedad de rimas (1861-62) ofreció una de las mejores colecciones españolas de fábulas. Joaquín Esteban (Fábulas dispuestas en verso, 1757), Rafael José de Crespo (Fábulas morales y literarias, 1820; Poesías epigramáticas, 1827), Ezequiel Solana (Alboradas y Fábulas educativas), contribuyeron también al género.
Dentro de la literatura infantil de creación, y más concretamente, el cuento -al que se acercaron en alguna ocasión María Pilar Sinués , Eusebio Blasco
, Mariano de Cavia
, López Allué
o Luis Royo Villanova
- destacan las aportaciones de Romualdo Nogués
con sus Cuentos para gente menuda (1886) y la serie de «Cuentos infantiles» publicada en la Revista de Aragón
(1900-1905), firmada con la inicial Z., que parece responder a Eduardo Ibarra. Ya en la segunda mitad del siglo XX, durante las prímeras décadas -junto a alguna esporádica muestra como El más pequeño del bosque, de Alfredo Castellón- es Miguel Buñuel
el único destacado cultivador aragonés de literatura infantil: El niño, la golondrina y el gato (1959, premio Lazarillo), Manuel y los hombres (1962), Rocinante de la Mancha (1963), El aquelarrito (1964) o La vida en colores (1968). En las décadas siguientes, el interés del mundo editorial por el público infantil y juvenil posibilita la edición de numerosas obras literarias dirigidas a niños o jóvenes. Entre los autores más destacados en este campo se encuentran algunos aragoneses, a la cabeza de los cuales figura sin duda Fernando Lalana
, tanto por la abundancia como por la calidad de su producción, avalada por numerosos premios. Aparte de sus novelas para jóvenes ha escrito numerosos cuentos infantiles (Te quiero, Valero, Un elefante en mi sopa, 36 cuentos cortísimos) y alguna pieza de teatro para niños, como La profecía. Varias de sus obras son fruto de la colaboración con otros autores, como José-María Almárcegui o Luis-Antonio Puente. Otro de los escritores aragoneses que se ha hecho un hueco en el difícil mundo de la literatura juvenil es Félix Teira Cubel
, con éxitos notables como Y a ti... ¿aún te cuentan cuentos? o Saxo y rosas. También es necesario destacar la producción de Daniel Nesquens y la labor de la editorial Apila, que nació como una asociación cultural para promocionar y divulgar obras de ilustradores noveles mediante la edición de cuentos infantiles.
Aparte, varios de los autores que escriben habitualmente para adultos, se han adentrado también en este tipo de literatura. Uno de los que lo ha hecho con mayor frecuencia es Magdalena Lasala , cuya serie «Violeta» está destinada a los niños. Soledad Puértolas
, Ana María Navales
, Martínez de Pisón
, José María Latorre
o Miguel Mena
han cultivado con más o menos asiduidad el relato juvenil. Mariano Cariñena
ha compuesto alguna pieza de teatro para niños, y Adolfo Ayuso, de teatro de títeres.
En la década de los noventa se han publicado también algunos libros infantiles y juveniles en aragonés : Jara. U cómo yeran as escuelas de os nuestros yayos (1991), de A. Vallés y Ch. Gimeno; Animals, animals (1993), de A. C. Vicén y S. Moncayola; A rechira de Chil (1993), de Ch. Gimeno; Iguázel un diya enzetó ro suyo biache (1995), de F. Rivas y D. Angulo; Bel puesto en a pantalla (1995) de Z. Biec; O millor estiu (1999) de M. Allué y otros, y No son indios toz os que fan a tana (1999), de C. Vicién y S. Moncayola. Aparte, se han traducido al aragonés obras de autores clásicos, como Barrie, Carroll, Saint-Exupéry o Tolkien, y de escritores actuales.
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