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(1759-1788). Carlos III era rey de Nápoles cuando sucedió a su hermanastro Fernando VI en el trono español, colmándose así los deseos de su madre Isabel de Farnesio. En octubre de 1759 visitó Zaragoza, acompañado de su esposa M.ª Amalia de Sajonia y del príncipe de Asturias Carlos Antonio, de paso para Madrid, procedentes de Nápoles, y tras haber desembarcado en Barcelona. Prolongaría un mes la estancia en la ciudad aragonesa: practicó la caza en los montes de Torrero y fue obsequiado con fiestas campestres y toda clase de festejos populares.
Aprovechando la estancia en Zaragoza de Carlos III, el conde de Aranda visitó al rey y le propuso la continuación de las obras de la Acequia Imperial
, que luego se convertiría en Canal Imperial
, obra importantísima para las tierras de Aragón y que yació dormida; el monarca concederá la construcción a la compañía francesa Badín
. La obra sufrió muchos avatares hasta su terminación, que se deberá a tres hombres: Aranda, Floridablanca y sobre todo a Ramón Pignatelli
.
En el planteamiento de las obras del Canal se advierte la política de transformación económica de Carlos III, como monarca ilustrado; esta transformación se explica por una política absolutista, personalista, que despertará la oposición de los cuerpos privilegiados: la nobleza intentará enfrentarse haciendo valer sus derechos de control del poder, lo que va a dar lugar a un entendimiento con las clases populares, buscando intereses divergentes, pues el pueblo pretende sobre todo superar las crisis alimentarias, quiere precios más bajos. Se desencadena así en 1766 el Motín de Esquilache en el que «el bando de las capas y sombreros» no fue más que la chispa que prendió en una pólvora amasada desde hacía tiempo. En Zaragoza el movimiento subversivo cobró tal violencia que puede situarse como en el segundo lugar de los del país, tras el de Madrid.
Hasta hace poco tiempo se venía relacionando los motines de Esquilare con la expulsión de los jesuitas, acusados de participar en ellos. Hoy está demostrado documentalmente su participación individual, pero no como cuerpo religioso. La expulsión se realizó siendo presidente del Consejo de Castilla el conde de Aranda, que dirigía el «partido aragonés » en oposición al «partido golilla» dirigido por el conde de Floridablanca, que pretendía la preeminencia de los Ministerios frente a la de los Consejos, ideario éste del noble aragonés.
La política económica estaba presidida por una corriente liberalizadora en la que al Estado tocaba remover los obstáculos de las tierras «vinculadas» a un convento, a un cabildo o a un título nobiliario, y en el campo industrial la barrera la constituían los gremios.
Contra estas barreras arremetieron los teóricos de la época: Campomanes con el Tratado de la Regalía de Amortización y el Discurso de la artesanía popular, y Jovellanos con su famoso Informe sobre el Expediente de la Ley Agraria.
En el aspecto industrial hubo un incremento sensible, sobre todo en la industria textil y particularmente la del algodón, y también en la naval y en la metalúrgica. La gran medida comercial fue el decreto de octubre de 1778 que suprimía el monopolio de tráfico de Indias, adscrito entonces a Cádiz, y abría a dicho tráfico puertos en toda la Península, liberando a la iniciativa particular. También se valoró el estudio de materias relacionadas con la economía, que lograron su más cuajado fruto con las Sociedades Económicas de Amigos del País ; la Real Sociedad Económica de Zaragoza se fundó en marzo de 1776 y tenía su sede en la plaza «del Reyno».
Tras el desastre de la desaparición del reino se vive una época de esplendor con la Ilustración.
El pintor aragonés que señaló los caminos para las nuevas corrientes en el arte universal.
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