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Infanzón de las Tierras Bajas de Aragón, audaz y atrevido, protagonizó el ataque a Zaragoza del 5 de marzo de 1838. El emplazamiento de la ciudad, a orillas del Ebro, constituía una magnífica posición estratégica que, unido al anhelo carlista de conquistar una gran ciudad el carlismo
tenía solamente dominio rural, llevó a tan audaz empresa. Según unos historiadores (Fernández de los Ríos, entre ellos), fue Cabrera
el que envió a Cabañero, y según otros (San Román, Oyarzun), fue iniciativa personal del hidalgo tierrabajino.
Partió de tierras de Gandesa el 3-III-1838 con dos mil infantes y unos trescientos caballos, acompañado del francés L´Espinasse. Por Lécera llegaron a Belchite, y acamparon a una legua de Zaragoza, esperando la noche; a las tres de la madrugada se destacó una partida que llegó a la torre del Ponte, de donde sacaron las escalas, tablones y cuerdas para pasar las tropas la Huerva , y, ocultos por la muralla, llegaron a la Puerta del Carmen. En la ciudad había partidarios carlistas, sobre todo en la parroquia de la Magdalena, quienes facilitaron la entrada de las tropas de Cabañero; éste se internó con el 6.º batallón de Aragón por la parroquia de San Pablo, mientras otros avanzaban por las calles del Carmen, San Ildefonso y arco de San Roque; al llegar a la plaza de San Francisco, unos se dirigieron por el paseo de Sta. Engracia hasta la Puerta del mismo nombre, en la que obligaron a rendirse a la guardia; finalmente, el resto de las tropas se dirigió por las Piedras del Coso a cubrir la Puerta Quemada y el barrio de la Magdalena.
La reacción de la población no se hizo esperar. Desconcertada y sobresaltada en un principio, al oír vivas a D. Carlos y a Cabañero mezclados con los disparos de las baterías de Sta. Engracia, que la alertaron, reaccionó rápidamente: salió la milicia a la calle con las armas que tenían, y los vecinos arrojaron por ventanas y balcones tejas y enseres contra el enemigo, o muebles y colchones para que se parapetasen los defensores. Las mujeres también participaron en la defensa, unas vertiendo agua hirviendo sobre los «facciosos», otras acarreando municiones. Al anochecer, la lucha se hizo más encarnizada en las calles, sobre todo en las plazas de San Francisco y Sta. Engracia, en el Mercado y Coso.
A los carlistas, hostilizados en todas las direcciones, no les quedó otro remedio que huir: los que estaban en el Mercado se refugiaron en la iglesia de San Pablo, donde acabaron rindiéndose, y los más huyeron por la Puerta de Sta. Engracia; entre éstos estaba el propio Cabañero, que logró salvar la vida precipitándose a caballo por la citada Puerta, perseguido por los «nacionales» hasta el monte de Torrero, donde las baterías allí emplazadas siguieron disparando a los carlistas.
Cabañero, con el resto de sus tropas, pernoctó en el pueblo de María de Huerva, y al día siguiente se dirigió, por Villar de los Navarros, a Cantavieja, donde Cabrera le recibió desabridamente, reprobándole su fracaso, lo que le sirvió de pretexto para privarle del mando, y alejar y oscurecer a un rival tan temible y de tanta iniciativa. Después del Convenio de Vergara, Cabañero reingresó en el Ejército con el grado de brigadier de los ejércitos nacionales al lado de Espartero , como otros tránsfugas carlistas, oscureciéndose su memoria.
• Bibliog.: Fernández de los Ríos: Luchas Políticas en la España del siglo XIX; tomo I, Madrid, 1879. Pirala, A.: H.ª de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista; tomo V, Madrid, 1870. San Román, marqués de: Guerra civil de 1833-40 en Aragón y Valencia; t. II, Madrid, 1869. Oyarzun, R.: Historia del Carlismo; Ed. Alianza, Madrid, 1969.
La lenta ascensión de la clase burguesa en Aragón y el proceso constitucional en la primera mitad del siglo XIX
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