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La biblioteca más antigua ubicada en el futuro territorio aragonés es sin duda la visigoda de Zaragoza, tal vez ubicada en Santas Masas , actual Santa Engracia
, en donde florecieron tres prelados eruditos, Máximo
, Juan
y Braulio
. Este último fue un gran bibliófilo, con una biblioteca selecta, desordenada (por su cuantía de manuscritos), que practicaba intercambios de ejemplares. También es notable el abad zaragozano Tajón
, quien viaja a Roma para buscar los últimos escritos de San Gregorio Magno. Los contenidos de estas bibliotecas se pueden rastrear consultando las citas incluidas en obras de autores eclesiásticos contemporáneos que las frecuentaron para sus estudios.
Llegada la invasión musulmana, si el abad Pirmenio procede de Zaragoza como se supone, llevó a su refugio de Reichenau, en el lago de Constanza, algunos libros de las bibliotecas visigodas zaragozanas. Los musulmanes también tuvieron sus buenas bibliotecas, aunque de ellas apenas queden vestigios materiales como el caso, ya tardío, de una librería morisca localizada el siglo pasado en Almonacid de la Sierra. En la zona cristiana, las pequeñas bibliotecas de Asán y Alaón
debieron de sucumbir en las razzias de musulmanes durante los siglos X y XI, y solamente queda recuerdo importante de la biblioteca de San Pedro de Siresa
, visitada por San Eulogio.
A fines del siglo XI y principios del XII se inicia una restauración de bibliotecas en territorio cristiano aragonés, tanto en monasterios, como el de San Juan de la Peña , como en catedrales (Roda de Isábena, Huesca, Zaragoza). Sobre los fondos de estas bibliotecas medievales quedan apuntamientos inéditos del erudito aragonés Abbad y Lasierra
, y alguna monografía moderna como la de Durán Gudiol sobre las bibliotecas eclesiásticas de la diócesis de Jaca a finales del siglo XV.
Para la época moderna quedan testimonios e inventarios de buenas bibliotecas aragonesas, como la de jesuitas de Huesca y de la misma ciudad la del colegio de la Merced, o la noticia de la biblioteca del colegio del Carmen de Calatayud en el siglo XVII.
Están por rehacer bibliotecas aragonesas de primera fila, al modo que hizo Galindo sobre la de Pedro de Luna , o la bien conocida del canónigo Bartolomé Llorente
en Zaragoza, o los recuerdos que quedan de eruditos como Zurita
o Lastanosa
, etc.
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