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La toponimia hispanoárabe de Aragón, como en general de toda la Península Ibérica, es muy insuficientemente conocida, a pesar de las meritorias investigaciones en el siglo pasado de Asín Palacios , Bosch Vilá, Cunha Serra, Hernández Jiménez, H. Lautensach, D. Lopes, Oliver Asín, Sanchís Guarner, Seco de Lucena, A. Steiger, El Terés, J. Vernet y otros. Ello se debe tanto a la dificultad de documentar la toponimia, sobre todo la menor, en fechas antiguas y con formas más próximas que las actuales a las originales o sus étimos, como al imperfecto conocimiento que tenemos de la lengua fuente, no el árabe clásico que a veces se presume, sino el haz dialectal hispanoárabe. Ambos motivos, junto a la general ausencia de colaboración estrecha entre arabistas y otros especialistas (romanistas, vascólogos, celtistas y germanistas), son causantes de muchas falsas etimologías y atribuciones erróneas en la toponimia aragonesa o, generalmente, hispánica, de origen árabe real o supuesto.
Los topónimos de origen hispanoárabe pueden dividirse en tres grupos. El primero comprende nombres que no son estrictamente topónimos de dicho origen, sino arabismos utilizados ocasionalmente en la toponimia, sin que ello suponga absorción por las lenguas hispánicas de toponimia originariamente hispanoárabe: aquí encajan diversas acequias albares (o sea, secanos), alcalás, albercas, aldeas, aljibes, alcázares, arrabales, atalayas, azudas, dulas, mezquitas, norias, ráfales (o sea, poblados), rábitas, ramblas y tahonas, por citar sólo algunos ejemplos entre los muchos de este tipo que hallamos en los repertorios de nombres geográficos de las provincias de Zaragoza, Huesca y Teruel, publicados por A. Callado, L. Ariño y V. Muñoz, dentro de la colección dirigida por A. Ubieto, y que han servido de base a este artículo.
Al segundo grupo pertenecen topónimos descriptivos, p. ej., en Zaragoza: Alborge (< alburj ‘la torre’), La Albotea (< al-butáyha ‘el llanillo’), Alhama
(< al-hamma ‘la fuente termal’), Almazán (< al-mahsán ‘la guarnición’) y Almozara (< al-musára ‘el paseo’); en Huesca: Albelda
(< al-bálda ‘el pueblo’), Alcabón (< al-qabú ‘la chimenea’), Alcolea
(< al-qulay’a ‘el castillejo’), Almadén (< al-ma’dán ‘la mina’) y Zuda (< súdda ‘presa’); y en Teruel: Ademuz (< ad-daymús ‘el escondrijo’), Almohaja
(< al-muhájja ‘el camino’), Valdealgorfa
Zoma
(< súm’a ‘alminar’) y Zueca (< suwáyqa ‘mercadillo’). Finalmente, en el tercer grupo tenemos topónimos que incluyen antropónimos, los más interesantes desde el punto de vista histórico cuando hay una posibilidad de identificación de las personas que dieron nombre a un lugar en determinadas circunstancias. Son relativamente muy abundantes, en los repertorios utilizados hallamos, en Zaragoza: Campo Alavés (< al-’Abbás), Mas de Ambrós (< ‘Amrús), Torres de Berrellén
(< aban Rannán, según documentación árabe citada por E. Terés), Cabazatón (< ‘aqábat Sa’dún ‘cuesta de Sa’dún, según E. Terés), Calatayud
(< qál’at Ayyúb), Peña del Matalaz (< matá’al-’As ‘propiedad de As’), Matamuza (< matá’Músa ‘propiedad de Musa), Mazazañón (< mánzal Zannún ‘albergue de Zannún’), probablemente un miembro de la conocida familia bereber
); en Huesca: Abizanda
(con grafías medievales recogidas por E. Terés, que llevan a un étimo abin Sálma), Binéfar
(< abin Náfi’ ?), Fonderabé (< Rabí), Valleta del Hambre (< ‘Amr), Barranco Júnez (< Yúnis), Maimó (< Maymún), Marguán (< Marwán), y Valdambrón (< ‘Amrún), y en Teruel: Beceite
(< aban Záyd), Molí de Calaf (Xaláf), Masía de Daudén (< Dawudáyn ‘los dos D.’), Javalambre
(< jábl ‘Amr ‘monte de ‘Amr’), Matalcalzón (< matá’ Xal(i)sún ‘propiedad de X.’) y Mingomar (< abin ‘Umár).
Conoce cómo ha influido la cultura musulmana en la personalidad de Aragón.
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