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(Hist. Med.) Son las reuniones de los obispos con sus sacerdotes para estudiar los problemas de la vida espiritual, dar o restituir validez a las leyes eclesiásticas, extirpar los abusos, promover la vida cristiana, fomentar el culto divino y, en general, la práctica religiosa. Tienen su origen en el antiguo presbyterium, formado por el obispo con el clero de su diócesis . La frecuencia de su celebración ha variado mucho aunque en el de Huesca
(598) se aconsejó su celebración anual. En esta misma línea se pronunció el Concilio de Letrán (1215) y en el de Basilea (1431-1443) se estableció un verdadero reglamento sinodal.
En Aragón quedan actas sinodales desde el siglo XIII y en sus apartados ofrecen un riquísimo documento de las costumbres de su época. De la diócesis de Barbastro tenemos noticias desde el sínodo de 1575, siendo para la de Albarracín
el primero el del obispo Gaspar de la Figuera (1584). Para la diócesis de Huesca
-Jaca
tenemos referencias documentales desde los primeros años del siglo XIII y actas sinodales de Domingo de Sola (1253) en el Libro de la Cadena
de la catedral de Jaca
. En la restauración de la sede jacetana será iniciada la tradición sinodal por el obispo Pedro del Frago
(1572-1578). De Tarazona se conoce el sínodo del obispo don Beltrán (1332) y otros hasta el del obispo Cerbuna
(1593). En Teruel se inician los sínodos documentados con el del prelado Andrés Santos en 1579, siendo para la sede de Zaragoza los primeros conocidos los del obispo Pedro López de Luna
(1328).
• Bibliog.:
Diccionario de Historia eclesiástica de España, Madrid, 1972.
Buesa Conde, D.: «Los sínodos de Huesca-Jaca en el siglo XIII», en Estudios de Economía y Sociedad, II, Zaragoza, 1979.
Ochoa Martínez de Soria: «Los dos sínodos de Zaragoza bajo el pontificado de don Pedro López de Luna», en Scriptorium Victoriense, II, 1955.
Zunzunegui: «Los sínodos diocesanos de Huesca celebrados durante el pontificado de Gastón de Moncada», SV, IV, 1957.
• Hist. Mod.: En la Edad Moderna los sínodos experimentan un nuevo impulso con el concilio de Trento. Aunque la norma no era nueva, en la sesión XXIV, cap. 2, «de reformat», el Concilio insistió en que los sínodos diocesanos se celebraran anualmente. Por lo que respecta a las diócesis aragonesas, esta norma resultó utópica. Numerosas dificultades se oponían a la disposición tridentina «Synodi quoque diocesanae quotannis celebrentur»: La celebración anual de sínodos diocesanos suponía grandes dificultades y numerosos gastos; algunos prelados no demostraban el celo que debían en este asunto; los pleitos internos de las diócesis se oponían muchas veces a esta práctica. En este sentido baste recordar que en 1567 el sínodo convocado en la diócesis de Tarazona por D. Juan González Munébrega no pudo celebrarse porque los clérigos de Calatayud no acudieron; o que en Zaragoza, el convocado en 1622 tampoco se celebró a causa de los pleitos existentes entre las iglesias del Pilar y de La Seo.
Faltan estudios particulares sobre los sínodos aragoneses en la Edad Moderna por lo que desconocemos la historia de cada uno de ellos, sin embargo, todos presentan un proceso único que consta de distintos elementos. En 1656, el sínodo convocado en la archidiócesis zaragozana por fray Juan Cebrián, se celebró en Valderrobres .
En el sínodo ya citado de 1656, sólo catorce personas participaron activamente en la realización de dichas constituciones. Aunque la relación de los sínodos celebrados en las diócesis aragonesas durante la Edad Moderna, no se ha confeccionado definitivamente, a continuación enumeramos los que se conocen, junto con los prelados que los presidieron.
—Albarracín: 1584, Gaspar de la Figuera; 1598, Pedro Jaime; 1604, fray Andrés de Balaguer; 1624, Jerónimo Batista de Lanuza; 1657, Jerónimo Salas Malo; 1690, Miguel Jerónimo Fuembuena; 1735, Juan Navarro Salvador y Gilaberte.
—Barbastro: 1575, Felipe de Urriés; 1586, Miguel Cercito; 1597, Carlos Muñoz; 1605, Juan Moriz de Salazar; 1617, Jerónimo Batista de Lanuza; 1623, Pedro Apaolaza; 1627, Alonso de Requeséns; 1645, Diego Chueca; 1648, Manuel Íñigo de Escartín; 1656, Diego Antonio Francés de Urrutigoiti; 1674, Íñigo Royo; 1681, Felipe López de Urraca; 1697, José Martínez del Villar; 1700, Francisco Garcés de Martilla; 1715, Teodoro Granel.
—Huesca: 1458-1465, Guillermo Ponz de Fenollet; 1470, Antonio de Espés; 1540, Martín de Gurrea; 1554, ¿1565?, Pedro Agustín; 1585, Martín de Cleriguech de Cáncer; 1594, Diego Monreal; 1617, Juan Moriz de Salazar; 1641, Esteban de Esmir; 1671, Bartolomé de Fontcalda; 1686, 1692, Pedro Gregorio de Antillón; 1716, Gregorio de Padilla; 1738, fray Plácido Baylés; 1745, Antonio Sánchez Sardinero.
—Jaca: 1572-1578, Pedro del Frago; 1584, Pedro de Aragón; 1593, Diego Monreal; 1594 y 1599, Malaquías de Asso; 1608, Tomás Cortés; 1618, Luis Díez de Aux y de Armendáriz; 1633, Vicente Domec; 1662, Bartolomé de Fontcalda; 1678, Bernardo Mateo Sánchez del Castellar; 1683, Miguel Lorenzo Frías; 1717-1720, Francisco Polanco (no lo pudo acabar); 1722, Miguel Estela; 1739, Juan Domingo Manzano y Carvajal; 1751, Esteban Vilanoba; 1756, 1765 y 1770, Pascual López Estaún.
—Tarazona: 1458, Jorge Bardají; 1581, Juan Redín Cruzat; 1593, Pedro Cerbuna.
—Teruel: 1579, Andrés Santos; 1588, Jaime Jimeno; 1612, Martín Terrer; 1627, Fernando de Valdés y Llano; 1657, 1662, Diego Chueca.
—Zaragoza: 1462 y 1475, Juan de Aragón; 1479, 1487, 1495, 1500 y 1515, Alonso de Aragón; 1520, Juan de Aragón; 1532, Fadrique de Portugal; 1539, Hernando de Aragón; 1579, Andrés de Santos; 1656, fray Juan Cebrián; 1697, Antonio Ibáñez de la Riva.
• Bibliog.:
Ferrer, L.: «Sínodo», Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. IV, Madrid, 1975.
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