• Hist. Med.: La infraestructura comercial de Aragón en la Edad Media tiene como elemento sustentador el mercado, institución que aparece desde los primeros momentos de la consolidación del reino y que se extendió a medida que el avance reconquistador
hacia el sur fue conformando el territorio aragonés, comprendiendo la creación de nuevos mercados que celebrar periódicamente o la adaptación a las estructuras económicas de base cristiana de los existentes bajo el dominio musulmán. No obstante, transacciones comerciales cotidianas y elementales, en lugares importantes y estratégicos, sin regulación alguna, se practicaron anteriormente no sólo en la época musulmana sino también en los primeros años del reino de Aragón, y aún después, alternando con los mercados periódicos reconocidos, cuando éstos iniciaron su difusión.
En principio, la palabra mercado (mercatum), en su acepción más usual, se refiere a la reunión en un lugar y una fecha determinados de un cierto número de hombres para satisfacer sus necesidades de cambio y dedicarse a relaciones de carácter mercantil, y comprende tanto la operación en sí de compraventa como el lugar donde se realiza regularmente. Pero también puede significar, en ocasiones, el convenio surgido de la operación comercial entre las partes contratantes. En cualquier caso, la concesión de nuevos mercados la hace siempre el rey en favor de una comunidad aldeana de hombres libres, de un lugar de señorío laico o eclesiástico de cierta importancia, o de una ciudad.
A diferencia de los mercados, que solían reunirse semanalmente, las ferias (o nundinae) nacerán más tarde, con una periodicidad anual y una reglamentación más estricta -dada su mayor importancia- tanto en lo que respecta al volumen comercial como a la disparidad de procedencias de los mercaderes que acudían a ellas para hacer todo tipo de transacciones económicas.
Las noticias que se tienen antes del siglo XIII sobre el mercado son escasas y a veces indirectas, como por ejemplo el documento del año 1077 en que Sancho Ramírez , rey de Aragón y Pamplona, concedió Fueros
a todos los que fuesen a poblar Jaca
(convirtiéndola así en ciudad
), que estipulaba la multa (calonia) de sesenta sueldos a quienes utilizasen falsas medidas o pesas; punto éste que aparece en todas las confirmaciones posteriores del Fuero de Jaca. Más tarde, en 1187, Alfonso II
creará la primera feria en Jaca, por celebrar anualmente, en mayo, durante quince días, protegiendo la autoridad real a cuantos acudieran a la misma. Esta protección la hacía extensible, en 1197, Pedro II
al mercado que todos los martes se celebraba en la ciudad, prohibiendo asimismo la participación de mercaderes ajenos a la población. Y posteriormente, Jaime II
concedería otra feria anual de quince días en la fiesta de San Juan Bautista, que sería reformada a petición de la ciudad por la reina doña María
, regente de Alfonso V
, dividiéndola en dos: una de ocho días en junio y otra de siete en septiembre.
Otras noticias nos hablan también de la existencia de un mercado semanal en Huesca y Barbastro
desde el siglo XII. En esta última ciudad se protege asimismo en el año 1100 a los mercaderes que acuden al lugar, fijando las penas aplicables a quienes atentaran contra las personas o bienes. Y otro tanto ocurre en Alquézar
, donde se constata en 1114 un mercado quincenal celebrado los jueves, o en el lugar de Calasanz
, donde Pedro I
concedió en 1103 una feria anual por la festividad de San Bartolomé para conmemorar la reconquista del castillo y la dedicación de su iglesia a este apóstol.
En cambio en Zaragoza, al parecer, la primera alusión clara al mercado se refiere a dos almutazafes que en 1242 ejercían su papel de policías de mercaderías y pesas. A su vez, en 1250, Jaime I
concedía a la ciudad una feria anual de quince días por San Juan Bautista (ocho días antes y ocho días después). No obstante, existen a partir del siglo XIII abundantes noticias sobre el mercado del rey de la ciudad situado junto a la puerta de Toledo.
Respecto a Teruel , Jaime I confirmaba en 1259 la existencia de un mercado semanal, que se celebraba los jueves, al conceder un privilegio por el que dicho mercado podía reunirse en el punto de la villa que mejor conviniese a sus habitantes.
A partir del siglo XIII las noticias resultan más concretas y abundantes, documentándose concesiones de ferias y mercados en diversos lugares del reino, así como confirmaciones de algunos ya existentes. Jaime I otorgó varios mercados semanales a villas y lugares del reino; como, por ejemplo, a Monroyo , lugar de la orden de Calatrava, en 1257, por celebrar los miércoles; a Zuera
, en 1258, los martes; a Monreal del Campo
, en 1259, también los martes; a Híjar
, en 1271, los jueves.
En lo que se refiere a ferias anuales cabe señalar, entre otras, la de Graus , a partir de 1201, concedida por Pedro II en torno a San Miguel y con una duración de diez días; la de Calatayud
, concedida por Jaime I por diez días contaderos desde la fiesta de la Purificación, feria prorrogada por Pedro III
en 1276 durante cinco días más y trasladada al mes de julio -en el siglo XV esta feria se volvería a trasladar, esta vez al 20 de agosto y hasta el 8 de septiembre-; la de Barbastro
, que en 1283 se ampliaría a un mes por San Bartolomé; las de Monzón
, una concedida por Jaime I en la festividad de la Ascensión y otra por Jaime I en 1311 por San Mateo; y la de Daroca
, concedida a petición de los habitantes de la villa por el mismo monarca en 1294, para celebrarla en septiembre, por San Gil, durante quince días, la cual hubo de ser trasladada en 1299 a San Miguel (para que no coincidiera con la de Teruel que tenía lugar en las mismas fechas) y ampliada en 1363 a treinta días; esta feria se compaginaba con otra celebrada en el Corpus, y que gozó de gran tradición, en conmemoración de los Corporales.
También en el siglo XIV se concedieron ferias a Tarazona Sariñena
, en 1381; pero a partir de estas fechas y a lo largo del siglo XV apenas habría nuevas concesiones, pues las necesidades económicas y comerciales del territorio quedaban cubiertas con las ya existentes, así como con los mercados tradicionales que venían funcionando desde los siglos anteriores.
• Bibliog.:
Martín Duque, A. J.: «Concesión de la feria de Graus por Pedro II de Aragón (1201)»; Suma de Estudios en homenaje al Ilmo. Dr. Ángel Canellas, Zaragoza, 1969, pp. 721-724.
Orcástegui Gros, C.: «Ferias y mercados en Aragón durante la Edad Media»; I Jornadas sobre el estado actual de los Estudios sobre Aragón, Zaragoza, 1979, pp. 307-310.
• Hist. Mod.: Las ferias aragonesas mantuvieron en la Edad Moderna una función preferentemente mercantil, en contraste con la modificación experimentada por las mismas en el reino de Castilla, donde acabaron por adquirir un marcado carácter financiero.
Numerosas localidades aragonesas, tanto de realengo como de señorío, obtuvieron el privilegio de poder celebrar ferias en sus términos. En Zaragoza hubo dos ferias: una, que se prolongaba todo el mes de abril, y la otra con una duración de 15 días en septiembre; a finales del siglo XVII la de abril, menos importante, se redujo a 15 días, ampliándose a 30 la de septiembre. Daroca contó con una feria muy concurrida por mercaderes y traficantes castellanos. En Huesca había dos ferias, una para el Corpus y otra, la de San Martín, en noviembre; las ferias oscenses se celebraban un año dentro del recinto urbano y al siguiente fuera de las murallas. La ciudad de Barbastro también tenía dos ferias, una para la Candelaria, en febrero, y la segunda para San Bartolomé, en agosto, siendo -al decir de comentaristas de la época- una de las ferias ganaderas más importantes de Aragón.
Todas las personas que concurrían a las ferias gozaban de una serie de privilegios. Durante la celebración de la feria y unos días antes y después de la misma, las mercaderías no podrían ser confiscadas, ni sus propietarios detenidos, exceptuados los «hombres traidores, salteadores de caminos, sodomitas o que cometieran crimen laessae maiestatis». Quedaban también exentos del pago de una serie de tributos. En las ferias se solían nombrar guardas especiales con la misión de mantener el orden.
Si bien las ferias aragonesas no tuvieron gran relevancia en lo referente al volumen de las transacciones comerciales, resultaban muy importantes para la vida de la comarca en que tenían lugar. Además de acudir numerosos mercaderes y trajineros que siempre ofrecían una serie de productos habitualmente difíciles de encontrar en la comarca, los agricultores y ganaderos disfrutaban en ellas de un lugar idóneo para la venta de sus excedentes. En la feria de la Candelaria celebrada en Barbastro el año 1671, el número de puestos establecidos superó el centenar; muchas personas de los alrededores acudieron con sus piaras, y mercaderes y trajineros ofrecían aperos de labranza, utensilios de cocina y de costura, así como alimentos desconocidos en aquellas latitudes, como arroz o naranjas. En un sistema económico como el aragonés, en que la mayoría de las localidades tendían al autoabastecimiento, la feria cumplía una importante función en la tarea de canalizar los excedentes locales y proporcionar una serie de productos necesarios de los que se carecía en la comarca.
• Hist. Contemp.: Durante todo el siglo XIX y primera mitad del XX, las ferias aragonesas -en su sentido profano- mantienen su función preferentemente mercantil, al tiempo que el mercado financiero entra definitivamente por los cauces de las sociedades de ahorro y capital y de la banca .
Las necesidades de abastecimiento y salida de excedentes de una sociedad aún fuertemente ruralizada hizo que la práctica totalidad de las cabeceras de comarca de Aragón mantuvieran -y aun incrementaran, sobre todo en los primeros tiempos del ferrocarril- sus ferias mayores hasta mediado el siglo , a la vez que la pervivencia de los días feriados o de mercado comarcal -normalmente jueves y viernes- aseguraba el intercambio semanal de productos de primera necesidad. La entrada en el siglo va a significar, sin embargo, el progresivo languidecer de las ferias de las tres capitales aragonesas -Teruel mantendrá su feria anual hasta la década de los 50- al socaire de un vertiginoso proceso de urbanización.
Serán, no obstante, la mejora de las comunicaciones y, muy fundamentalmente, la mecanización de las tareas agrícolas y la estabulación del ganado en las primeras granjas industriales, los elementos que den al traste con las tradicionales ferias aragonesas. En efecto la mejora de carreteras y el tendido férreo hicieron llegar a los almacenes de las cabecera de comarca aperos de labranza, útiles domésticos y productos de consumo hasta entonces «monopolizados» por mercaderes y trajineros. Con ello, la importancia de la función de abastecimiento de las ferias fue declinando el favor del comercio urbano y de la significación de los días feriados. De cualquier forma el punto determinante del ocaso de las ferias aragonesas hay que situarlo en el incipiente proceso de mecanización del campo al que se asiste a mediados de la década de los 50. Evidentemente, la mecanización del campo provoca dos consecuencias inmediatas: la desaparición del ganado de tiro y transporte (caballos, mulos, asnos y bueyes) y el eclipsamiento de todo el utillaje de la agricultura tradicional (arneses, cordelería, herramientas de corte, aventamiento, etc.), piezas fundamentales ambas, de las ferias aragonesas.
Así, en menos de una década (1950-60), entran en involución irreversible las concurridas ferias de Jaca (San Lucas y San Juan), Ayerbe (San Miguel), Barbastro (La Candelaria y San Bartolomé), Daroca (Corpus Christi), Teruel (San Fernando), etc. Ello comporta, lógicamente, la desaparición de los feriales (recintos cerrados donde se concentraban los rebaños y los tratantes, a los que se les concedía una serie de franquicias y exenciones temporales) anexos siempre a las plazas donde mercaderes y trajineros -los llamados «charlatanes»- vendían sus útiles y baratijas. Otra figura que desapareció con las ferias fue la del feriante -con su inconfundible blusón de dril y la vara de fresno-, navarros y catalanes en su mayoría, pieza fundamental en la prosperidad de la modesta hostelería local. En última instancia, la desaparición de las ferias trajo consigo la pérdida de todo un lenguaje mercantil -«billetes», «machacantes», «reales», etc.- y de los últimos destellos del librecambismo (en las ferias oscenses era frecuente, por ejemplo, el trueque de varias unidades de ganado porcino y ovino por una de caballar o bovino), así como del importante capítulo de ingresos que para no pocas arcas municipales significaban las tasas de asentamiento.
La clave última de la desaparición de nuestras ferias reside, en último extremo, en el progresivo declinar del sector primario en favor del secundario y terciario. La pérdida de preponderancia de las formas agropecuarias tradicionales se traduce -en el señalado punto de inflexión- en el fuerte éxodo rural , en la vertiginosa caída de la cabaña aragonesa (ganadería
) y en el abandono de la cría de ganado de corral como fuente de abastecimiento familiar. En este último proceso jugó un papel decisivo la instalación de las primeras granjas avícolas y porcinas -en un proceso de irrupción de este a oeste, con claras influencias catalanas-, la proliferación de los mataderos frigoríficos y las nuevas formas de captación y comercialización de los productos lácteos.
Así las cosas, la feria en Aragón ha perdido su sentido tradicional para pasar a denominar certámenes de promoción de ventas del sector industria y servicios (Feria de Muestras de Zaragoza ) o de exposición de moderno material agrícola (en varias localidades de la región, casi siempre coincidiendo con las fiestas patronales). No obstante, hay que reseñar aquí los intentos de resucitar las ferias de ganado iniciados en Huesca capital («Lanar/Osca») y, más recientemente, en las localidades turolenses de Mas de las Matas
y Samper de Calanda
.
Teruel, por sus características socioeconómicas, ha sido la provincia más reacia a perder sus ferias. Carlos Hernández Salvador reseña las siguientes ferias turolenses vigentes en el primer tercio de siglo XX: Teruel capital (San Fernando), Aguaviva , Albalate del Arzobispo
, Albentosa
, Alcalá de la Selva
, Alcañiz
(Pascua de Resurrección), Calaceite
, Calamocha
(la más importante tanto por la venta de ganado como por la de azafrán
), Calanda
(San Miguel), Camarillas
, Cantavieja
, Cedrillas
(la más importante de la comarca de Teruel), Cuevas de Almudén
, Fortanete
, Híjar, Mas de las Matas (actualmente revitalizada), Montalbán
(tres ferias), Monreal del Campo (Santiago), Mora de Rubielos
, Orihuela del Tremedal
, Ráfales
, Rubielos de Mora
, Samper de Calanda (actualmente revitalizada), Valderrobres
, Villarluengo
y Visiedo
.
Por otra parte, el único anuario de ferias de divulgación popular, el Calendario Zaragozano , reseñaba en su edición de 1980 como vivas tan sólo tres ferias en Aragón, todas ellas en localidades turolenses: Cella
(11 al 16 de octubre), Híjar (24 al 28 de septiembre) y Montalbán (13 al 15 de septiembre).
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