Las carreras pedestres, como pruebas populares, han tenido un gran desarrollo en Aragón y País Vasco. Antaño el corredor aragonés, en calzón y peducos, e incluso a uñeta y descamisáu (descalzo y en ropa interior), compite sin preparación atlética, más por pique de los mozos que por apuesta. Estos concursos suelen celebrarse en las fiestas patronales. En el Pirineo, sólo en la fiesta mayor; y en el Somontano, también para la pequeña. El itinerario es casi siempre las sendas que rodean la iglesia o caminos de circunvalación, con paso obligado ante la casa del lugar (ayuntamiento), desde cuyo balcón presiden autoridades y mairalesas o reinas, con sus adyuntas o mayas, reinas infantiles del Alto o Bajo Aragón, respectivamente.
El mainate altoaragonés, acompañado del pregonero, izando aquél un bieldo con seis pollos colgados, anunciaban la prueba con el clásico bando: «De orden del siñor Alcalde y de la Comisión de Festejos: el que quiera correr en la corrida de los pollos, que acuda, después de Misa Mayor, al sitio acostumbrado; al primero se le darán tres, al segundo dos y al tercero uno. Que naide sea usado de rempujarse el uno al otro, con pena de cinco duros y tres días de cárcel».
En cuanto al premio, lo más generalizado era dar pollos de corral vivos que han dado el nombre a la prueba. En Longares se daba también una hermosa cebolla, de La Almunia de Doña Godina
, para el cuarto clasificado. De las famosas pruebas bilbilitanas, sólo queda la que organiza la cofradía del barrio de María Inmaculada, la popular «pollos de la Purísima», con participación de atletas famosos.
En el costumbrismo altoaragonés, se premiaba con pollos en los pueblos de la Sierra y Somontano; con un par de gallos en La Litera
, por regla general, al mozete diestro que daba buenas mangadas (revueltas rápidas) alrededor de la plaza. En Aínsa
, el vencedor recibía una cuchara de plata, y luego se hacía el baile en su honor al son de la gaita
. En otros pueblos, el ganador solía recibir seis u ocho reales, donados por el Ayuntamiento, y el arra, torta muy aderezada. Otras veces, un buen pastel de confitura muy adornado, encargado de propio al más afamado pastelero de la redolada (zona). En la Jacetania
, el galardón era una hermosa manzana encarnada adornada de peladillas y caramelos, con un ramo de albahaca en el remate, que el danzante
de más categoría exhibía clavada en la punta de su espada. En Banaguás
, los mozos del gasto organizaban la carrera del rosco, un roscón hecho de harina, huevos y aguardiente, que había sido presentado en el ofertorio de la misa de mozos, y, tras pasearlo por todo el pueblo colocado en una pértiga adornada, se clavaba en la plaza a guisa de meta.
En Sobrarbe y Ribagorza
, era costumbre regalar, por galanteo, la torta a una moza, o a un forastero pudiente que recompensaba con creces el detalle del campeón. En la Jacetania, el ganador repartía el rosco entre todas las mozas. Con matiz lúdico-ritual, en las bodas
ribagorzanas, como en las roncalesas, los comensales corrían la rosca, tarta en forma de rosca, que disputaban a la carrera los mozos y las mozas; a veces, también participaban los invitados casados, con matiz jocoso, más intenso si corrían los novios. El ganador la repartía entre todos a la hora del baile o en la cena. Este tipo de trofeo, el rosco, está relacionado con la joya de la Ribera navarra, la rosca leonesa y la carreira de la fogaza gallega, pruebas de velocidad y resistencia; por contra, la rosca ribagorzana y la torta roncalesa eran carreras cortas sin tono agonal.
Fuera de los ambientes rurales, las llamadas carreras al estilo del país eran pruebas con matiz más agonal que costumbrista.
En el Bajo Aragón , la correntida ha conservado todo su tipismo aragonés, con un léxico muy rico. Así, la ventaja que se da a otro en las carreras de resistencia o velocidad, tiene distintos nombres: corredilla en Alcañiz
, más arcaico escorrencida; corrondilla en Castelserás, y correndilla en Muniesa
, con equivalencia lúdica a la carrerilla de los mozicos oscenses en sus juegos y la recorrilencia de los caspolinos.
• Andarines aragoneses: Dentro del pedestrismo tradicional, las pruebas de andarines, idénticas a las de korricolaris vascos, tienen unas características peculiares que las diferencian de las pruebas populares. La apuesta en metálico y el reto mano a mano, en una distancia de 15 a 20 km., dando vueltas a un circuito monótono, generan una actividad física intensa, que requiere más esfuerzo psicosomático que la del otro tipo de carreras, de pique colectivo, trofeo honorífico y menor distancia.
Hace un siglo, fueron famosos los duelos entre navarros y aragoneses, destacando Mariano Bielsa Latre, «Chistavín», de Berbegal , que niveló la pugna regional. Pasó como en la jota: «Un baturro y un navarro / se apostaron a correr / el uno llegó primero / y el otro llegó después».
• Carreras de sacos: Dentro de las piculinadas festivas, las carreras d'entalegáus, así llamadas en área muy extensa, son las diversiones de programas festivos y de barrio, para muchachos, mozos y casados, e incluso mujeres, que compiten, metidos en un saco, corriendo o dando saltos, y en distancias cortas. Como juego, tienen matiz lúdico libre, espontáneo, desinteresado e intrascendente, con reglamentación sencilla y variable, y situaciones pintorescas.
En el Alto Aragón , se emplean para estas pruebas sacos d´arpillera, que por ser de tejido algo claro y estrechos, obligan a competir saltando hasta llegar a la meta. Aquellos que sacan los pies son descalificados. Nuestro léxico, aunque variado, coincide en la forma de competir: para los ribagorzanos es blincá (saltar) con el saco; los grausinos van a botes (de botiá); los benasqueses, belsetanos, somontaneses y pueblos de la Sierra, dan brincos (de brincá); en el valle de Chistau
, han de bulquetiare (dar brincos); y para chesos y ansotanos, hay que dar pintacodas (saltos).
En Zaragoza y Bajo Aragón, las talegas o talecas, que son sacos de tela gruesa y más anchos, permiten más libertad de movimiento al participante, que corre, en vez de saltar, mayor distancia y con más velocidad, por lo que el talegazo (caída) es más fuerte. Curiosa era esta prueba en Alcañiz, en las fiestas de la Virgen de los Pueyos, ya que los entalecados competían con candiles encendidos colgando de las braguetas que debían llegar hasta el final sin apagarse. En La Litera, las carreras de entalegados las disputaban los mozos, como preliminar del número fuerte de las fiestas: carreras de mozas, con cántaros llenos de agua a la cabeza.
• Bibliog.:
Gracia Vicién, Luis: Juegos tradicionales aragoneses; Zaragoza, 1978.
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