A la crisis y posterior derrumbe del Antiguo Régimen sucedió en todo el territorio español una serie de levantamientos provocados por el desmontaje de las viejas instituciones populares. La nueva oligarquía dominante —compuesta por la burguesía
ascendente, la aristocracia fernandina, los cuadros superiores del ejército y la alta jerarquía eclesiástica—, se arremolinó en torno al vacilante monarca Fernando VII
y a su sucesora la futura reina Isabel II
, con objeto de preservar sus privilegios de clase y realizar la llamada revolución liberal. Al otro sector, enfrentado a la oligarquía en el poder, se le denominó carlista por apoyar la sucesión al trono a favor de Carlos María Isidro de Borbón (Carlos V en la genealogía legitimista). Apoyaba a este sector el bajo clero, la pequeña aristocracia rural y el campesinado.
Las motivaciones del enfrentamiento hay que buscarlas en las primeras desamortizaciones eclesiásticas, la penuria en que se encontraba el proletariado campesino y la paulatina desaparición de las instituciones forales
, todo ello revestido de una problemática y complicada reivindicación dinástica. La protesta surgió, principalmente, en los países cuya memoria colectiva recordaba sus antiguos y seculares regímenes autonómicos: País Vasco, Cataluña, Valencia y Aragón. E incluso en otros que carecieron de ellos: Castilla, Andalucía, Cantabria, Baleares, Galicia, etc.
Está comprobado que el carlismo no tuvo en sus inicios una patente unidad u homogeneidad ideológica. El carlismo como movimiento vertebrado, como lo que se puede denominar un auténtico partido político de masas, no nació hasta una vez iniciada la conflagración bélica que se conoce con el nombre de guerra de los Siete Años (1833-1840), es decir, la primera guerra carlista . Por otra parte, y como ya se ha señalado, no existía una plataforma ideológica de pensamiento político y social, de programa cooperativo etc., que fuera unitario para todo el carlismo. Es patente que alrededor del pretendiente don Carlos no existía un grupo de asesores, consejeros, colaboradores, partidarios, etc., que formaran conjuntamente una estructura ideológica única, compacta y completa. De hecho, en una primera fase subsistieron las estructuras de organización de los movimientos absolutistas imperantes o contendientes durante la época fernandina.
Dos grupos fundamentales se disputaron ya el poder al regreso de Fernando VII del exilio en 1814: por una parte, los llamados realistas exaltados o puros y, por otra, los conocidos como absolutistas moderados. El primer grupo —que se puede denominar integrista— estaba constituido por el clero acomodado y sectores afines de actitudes fuertemente reaccionarias: son los también conocidos como apostólicos , absolutistas puros o realistas exaltados; se oponían a la abolición del Tribunal de la Inquisición
y su credo coincidió de hecho con el expuesto en noviembre de 1826 en el Manifiesto de la Federación de Realistas Puros. El segundo grupo, el de los realistas moderados
o tradicionalistas, estaba compuesto por diversos sectores de la nobleza, importantes propietarios enfrentados a la burguesía mercantil e industrial, que dieron un sentido dinástico y sociopolítico a la protesta carlista; su fundamentación ideológica la podemos encontrar en el llamado Manifiesto de los Persas de 1814.
Integristas y tradicionalistas, conjuntamente, promovieron la primera guerra carlista. Sabido es que la conspiración no dio los resultados esperados y el ejército apoyó, a la muerte de Fernando VII, a la regente María Cristina , madre de Isabel II. Lo cierto es que en esta primera fase los voluntarios no afluían a don Carlos en el número previsto y deseado. Muy pronto, los cabecillas populares —de entre ellos destacaron Zumalacárregui en el País Vasco y Cabrera
en Cataluña—fueron alzándose mediante slogans de reivindicaciones foralistas, y al grito de «Rey y Fueros» empezaron a nutrirse las menguadas filas carlistas de un núcleo amplio de voluntarios. Y éste es el tercer grupo que, en adelante, sería de facto el verdadero fundador y el núcleo principal del auténtico Partido Carlista histórico.
Se trata de un núcleo amplio, con gran capacidad de expansión, compuesto en su práctica totalidad por campesinos y por elementos de tendencias federalistas y anticentralistas. Su carta de naturaleza oficial se encuentra en las primeras proclamas foralistas de don Carlos, la del 7-IX-1834 en la que mediante decreto confirmaba los Fueros de Vizcaya, y en el Manifiesto a los Aragoneses, de marzo de aquel mismo año.
En Aragón, el barón de Hervés, un jefe que se había distinguido en la guerra de la Independencia de 1808, se hizo cargo de los carlistas sublevados. Pero batido por el ejército gubernamental, cayó prisionero y fue fusilado en Teruel. Ocupó su puesto el coronel Manuel Carnicer
, natural de Alcañiz, alma auténtica del levantamiento carlista aragonés, pero en 1833 fue detenido y fusilado en Miranda de Ebro. A partir de esa fecha y hasta la terminación de la guerra en 1840, el jefe indiscutible fue el general Ramón Cabrera
.
Aragón, en las guerras carlistas, se movió en dos frentes: en el Alto y en el Bajo Aragón.
El primero se inclinó por la táctica de apoyar a los alzados en Navarra y Castilla y servir de puente a las expediciones que del norte se dirigían al este. El segundo se decantó por la guerra de guerrillas y contó con destacados jefes populares, como Joaquín Quílez , Pascual Gamundi
y el legendario Manuel Marco
, más conocido como Marco de Bello, operando todos ellos en el Maestrazgo aragonés.
El carlismo ha contado en Aragón con importantes personajes que llegaron a influir en la política oficial del partido. Sólo hay que recordar que en 1892, época de la jefatura del marqués de Cerralbo , Zaragoza contaba con 64 juntas y 2 círculos, Teruel con 16 y 2, y Huesca con 6 y 2. Al restaurar Carlos VII, en la tercera guerra carlista, el secular régimen autonómico aragonés, José Galindo y Vidiella
fue elegido en 1875 presidente de la Diputación de Aragón. Aragonés era Francisco Tadeo Calomarde
, primer ministro de Fernando VII y posteriormente, ya en el exilio, presidente de la Junta Carlista de Toulouse (Francia). Y fray Mariano Cuartero, obispo de Nueva Segovia; el coronel Andrés Madrazo, y Juan Pertegaz; el barón de Rada y el conde de Doña Marina; don Pablo Morales
, secretario de Carlos VI, y su hijo Salvador Morales, director de El Cuartel Real y ya en época de paz director de El Correo Español. Y el conde de Fuentes, consejero de Carlos VII en París. Otro periodista aragonés fue el famoso «Eneas», Benigno de Bolaños, que también llegó a dirigir El Correo Español, órgano oficial del carlismo. Y Julián de Ortal y Bienvenido Comín
, que fue secretario de Carlos VII, y su hijo Pascual Comín
, presidente de la Junta Jaimista de Aragón.
En la guerra civil de 1936-39, los requetés aragoneses aportaron a los militares sublevados los siguientes tercios: el del Pilar, San Jorge, Almogávares (que se distinguió en la defensa de Belchite), Marco de Bello, Santiago y Voluntarios de Santiago (que cumplió un importante papel en la defensa de Huesca).
Ya en plena década de los 50 del presente siglo, y en años posteriores, los carlistas aragoneses se distinguieron por su participación y colaboración directa en la evolución ideológica del carlismo, con la creación y continuación de importantes obras de tipo cultural, como fueron las actividades intelectuales de los grupos universitario y obrero del Círculo Cultural Vázquez de Mella de Zaragoza y la reconversión al socialismo autogestionario de la revista Esfuerzo Común
, una de las más castigadas en las postrimerías del régimen franquista
.
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