Nombre con que se conoce al período que sigue a la proclamación de Alfonso XII y que, en general, se considera abarca hasta la II República
, si bien es a la primera etapa, la coincidente con ese reinado, a la que más definidamente se designa así. Como ha resaltado Varela Ortega, la Restauración fue una forma de organizar un sistema político en libertad estable a cambio de sacrificar eficiencia administrativa y democracia política. Esa fue la obra de Cánovas del Castillo, artífice y conductor de esa reconvención del sistema tras los agitados años del Sexenio Revolucionario
que siguió a la Revolución de 1868
, el reinado de Amadeo de Saboya
y la I República
.
Del pacto social entre las diversas fuerzas conservadoras surge, pues, como una solución de compromiso, ese «régimen que no se basaba en una represión sistemática ni tampoco en la opinión pública, pero donde, en cambio, las libertades básicas se encontraron reconocidas» (Varela). Vale la pena destacar cómo el zaragozano Eduardo Fernández de San Román recibió en Barcelona al joven nuevo monarca español a comienzos de 1875, acompañándole a Madrid, donde entrará triunfalmente. Dos años después, el rey le nombra senador vitalicio y le concede el título de marqués de San Román, y este aragonés destacado en los orígenes de la Restauración será director general de Infantería en 1879 y presidente de la Junta consultiva de Guerra en 1886.
Durante la primera etapa de la Restauración, en Aragón puede percibirse un ritmo político muy atenuado, y una marcha lenta en la economía, si bien progresiva. La ciudad de Zaragoza, beneficiada por haberse constituido un nudo ferroviario de primera magnitud, se industrializa y crece hasta alcanzar, poco después de comenzado el siglo XX, los cien mil habitantes. La Exposición de 1885 muestra ya el rápido desarrollo de las industrias metalúrgicas, y la expansión agraria
merced a los nuevos cultivos de regadío (maíz, remolacha, etc.) se hará sentir, así como la oportunidad de expansión para la vid durante la epidemia filoxérica
en Francia.
En Zaragoza hay un clima de euforia ante el mito del progreso, y así se manifiesta, por ejemplo, en torno a los Juegos Florales de 1894 . Incluso mucho antes, con lo que J. C Mainer
ha calificado de «despertar liberal de la Restauración» en Aragón, basado en ese optimismo por la recuperación material y en la vivaz tradición progresista en política reflejada en el auge del republicanismo, el movimiento obrero
, la prensa
, el Ateneo
, fenómenos literarios como la primera Revista de Aragón
(1878-80), con un importante plantel de colaboradores entre los que destacan J. M. Matheu
, Juan P. Barcelona
y Cosme Blasco
.
El resurgir puede observarse también en zonas mucho más periféricas, como Teruel, como puede seguirse en la Miscelánea Turolense impulsada por D. Gascón y Guimbao
, Huesca, provincia de la que sale lo más granado del Regeneracionismo
: Costa
, L. Mallada
, R. Salillas
, Martínez Vargas
, S. Ramón y Cajal
, etc. En cierto modo, todo ese grupo y los que en ciencia y literatura forman la «Edad de Plata», suponen un acompasado renacer de la cultura regional, al que también contribuirá la literatura del costumbrismo
la generación de pintores que encabezan M. de Unceta
, F. Pradilla
y J. J. Gárate
.
Un símbolo de todo lo antedicho puede apreciarse en la magna Exposición Hispanofrancesa de Zaragoza (1908) , que acompaña al crecimiento urbanístico de la capital de Aragón y resume sus valores y expectativas, y en la magnífica segunda Revista de Aragón
(1900-1905).
• Bibliog.:
Fernández Clemente, E.: Aragón Contemporáneo; Madrid, 1975.
Mainer, J. C.: Regionalismo, burguesía y cultura; Valencia, 1974.
Id.: «La Literatura»; Los Aragoneses, Madrid, 1977, pp. 297-351.
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